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sábado, 10 de mayo de 2014

La Universidad Obrera de El Salvador - U O E S - Salvador Cayetano Carpio Comandante Marcial : ALGUNOS RECUERDOS SOBRE EL COMPAÑERO ROQUE DALTON Salvador Cayetano Carpio, Comandante Marcial Roque Dalton a 39 años de su eternidad 1975- 10 de mayo- 2014 Otra luz que ilumina













Roque Dalton a 39 años de su eternidad 

1975- 10 de mayo- 2014


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ALGUNOS RECUERDOS 
SOBRE EL COMPAÑERO ROQUE DALTON
Salvador Cayetano Carpio,
Comandante Marcial
Resulta una labor bastante compleja elaborar recuerdos sobre nuestro inolvidable compañero Roque Dalton García, dado lo multifacético de sus actividades y de sus cualidades y la forma propia, rica, expansiva, en que el compañero Roque Dalton sabía exponer al mundo las ideas progresistas y revolucionarias que había en su cerebro, y que fueron el motor de su práctica revolucionaria.
Corrían los primeros años posteriores al triunfo de la Revolución Cubana. Las juventudes progresistas se habían radicalizado bajo el influjo de aquella tormenta revolucionaria que recorría toda Latinoamérica, inspirada en la gloriosa gesta del pueblo cubano; al mismo tiempo, en El Salvador, dentro de las condiciones creadas por una tiranía militar que ya llevaba más de 30 años, bullía la juventud en deseos de participar, con nuevas formas de lucha, en la liberación, junto con los demás sectores del pueblo. En ese hervor revolucionario, conocí a Roque.
En esos días, Roque Dalton y otros jóvenes entregados a la causa de su pueblo, estaban organizando una organización que se llamó “Juventud 5 de Noviembre”, que era -podríamos decir- la pionera de las organizaciones juveniles que posteriormente fueron desarrollándose en los siguientes años. Eran los primeros meses de la administración del gobierno cívico-militar encabezado por Julio Adalberto Rivera, que había derrocado mediante un golpe de estado a la Junta Democrática que tuvo presencia en el país nada más durante unos tres meses: de octubre de 1960 a enero de 1961.
Roque trabaja asiduamente desde posiciones clandestinas, tratando de organizar a los jóvenes en la lucha contra la tiranía. Su juventud, su vivacidad, su alegría, contagiaban. Naturalmente que en esos tiempos todavía no existía una práctica colectiva muy depurada; así y todo la organización tuvo expresiones bastante influyentes entre la juventud estudiantil, principalmente en acciones de calle, con publicaciones, con agitación, pero dentro de aquella característica juvenil, un poco liberal, con ideas de convertirse en una organización abierta de masas y a veces, con pocas medidas de precaución, dado el ambiente en que se movía, lo que daba bastante flanco para que el enemigo pudiera golpear.
Sin embargo, ese espíritu de cierto liberalismo juvenil, propio de aquella tanda juvenil, en la que había varios poetas, escritores, que le daban cierto sabor al trabajo organizativo, no impedía que ese esfuerzo significara, por un lado, un riesgo consciente, un compromiso consciente, de Roque y de otros compañeros, hacia los intereses fundamentales de su pueblo; un riesgo de sus vidas y de su seguridad en la lucha por organizar a la juventud. Significaba al mismo tiempo internarse cada vez más en la problemática política, en la lucha política cada vez más a fondo contra la tiranía militar y por la liberación definitiva del pueblo salvadoreño.
La organización no duró mucho tiempo y fue sustituida después por otras organizaciones juveniles; pero el sello de audacia, de entrega, de apasionamiento en la lucha por la libertades públicas, por los presos políticos, por los derechos de la juventud salvadoreña, quedaron impresos en esos primeros años; y significaron la continuación hacia los escalones superiores de la incorporación de las grandes masas de la juventud avanzada a la posterior integralidad de la lucha político-militar.
El recuerdo que dejaba Roque en cada persona que lo conocía, en sus mismos compañeros de trabajo revolucionario, era realmente inolvidable, porque su personalidad pegaba –por decirlo de alguna manera-, influía, impactaba en su ambiente. Alrededor de él había mucha risa, mucho chiste, mucho entusiasmo juvenil, dentro de un intenso trabajo, de un dinámico trabajo democrático y revolucionario. Es decir, que Roque se venía a convertir en centro y dinamo del medio que le correspondía motivar y no lo hacía con los métodos del que viene de otro medio, sino con la propia naturalidad del medio juvenil, estudiantil; que a su vez generaba mayor y mejor ambiente para el trabajo en las condiciones tan difíciles, cuando a cada paso que daba era celosamente vigilado por la policía y cuando cada cuadra que caminaba estaba erizada de peligros de ser capturado, de ser torturado y de ser asesinado por el régimen opresivo.
En esas condiciones, hacer el trabajo con aquella alegría resultaba un ejemplo, resultaba prodigioso, ya que los revolucionarios, sobre todo entre la clase obrera, hacíamos ese trabajo riesgoso también, luchando por el ascenso combativo de los trabajadores, pero con un sello distinto, propiamente con mucha circunspección, con optimismo y entusiasmo también, con alegría, dentro de nuestros colectivos, pero con mucha gravedad –incluso en el rostro- cuando nos manejábamos frente a los peligros.
Roque era distinto. Saltaba de un peligro a otro como se salta una charca, de una piedra a otra pero con naturalidad, como si no sintiera que había peligro, y ahí era precisamente donde nosotros sentíamos cierta opresión en el trabajo. Yo personalmente recuerdo haberlo aconsejado varias veces, que era necesario seguir las normas de clandestinidad más seriamente, mostrar incluso mayor reflexión en la planificación del trabajo para poder burlar mejor al enemigo. El compañero Roque, autocríticamente, reconocía que algunas normas de clandestinidad no las seguía todo lo estrictamente que se debía; sin embargó, el fluir natural de su trabajo lo conducía siempre a saltear y sortear esos peligrosos con su propia modalidad.
Durante varios años Roque fue en la Universidad, digamos, el alma de la lucha combativa de los estudiantes, pero con un sello especial: era reconocido por la elaboración de las publicaciones picantes en contra del régimen, buscaba las formas de ridiculizar a fondo, de desenmascararlo, desacreditarlo, denunciar sus crímenes y sus intenciones políticas, su entrega desvergonzada al imperialismo norteamericano. Y lo hacía en escritos serios y profundos, pero al mismo tiempo, para él era una cosa natural criticarlo con la sátira, con la frase mordaz, con la frase hiriente, con la burla. Jamás a Roque el régimen títere le perdonó el ridículo en que lo ponía ante el pueblo.
Todo el pueblo esperaba el periódico “La Jodarria”, del que Roque, durante varios años fue el natural director.  En “La Jodarria” se exhibía toda la podredumbre y la maldad del régimen, en un lenguaje saturado –podríamos decir- del desahogo popular, pero del desahogo más ‘mal educado’, con las palabras más picantes, más duras que tiene el vocabulario salvadoreño, el vocabulario guanaco.
Con esa sátira hiriente que hacía desternillarse de risa a los millones de gente humilde de mi pueblo, cuando ella ridiculizaba a los endiosados y poderosos, a los sanguinarios gobernantes como Osorio, como Lemus, como Adalberto Rivera y los siguientes, “La Jodarria” y el Desfile Bufo eran, precisamente, donde se mostraba toda la agudeza poética pero mordaz, de Roque.
Después de Roque, este estilo original, lacerante para los explotadores, hiriente pero con gracia, como un fino estilete que no caía en lo chocarrero, no volvió a aparecer “La Jodarria” con esa genialidad. Pero esto era coyuntural. El trabajo de Roque era más serio. En 1964 fue capturado, después se fugó de una cárcel de Cojutepeque, un calabozo inmundo en donde a mí me tocó estar algunos años antes. Roque logró fugarse de ese antro y después tuvo que salir fuera del país por medidas de precaución.
Durante esos años de permanencia del compañero en el país, ya había yo conocido a su compañera y a los niños. Recuerdo que éstos jugueteaban casi siempre cuando teníamos alguna reunión y no nos dejaban quietos durante un rato, mientras los tolerábamos dentro del local de reuniones. Todos decíamos que se parecían tanto a Roque que eran como retratos chiquitos de él; muchachos traviesos, juguetones y ya entonces los veíamos nosotros como otros Roques con su carácter vivaz, despidiendo alegría por todos los poros.
Roque hacía trabajos muy célebres en el terreno político y sabía hacer ese trabajo con la sonrisa en los labios, con el entusiasmo y el fuego, dentro de la juventud. Tenía fama de que cuando se le criticaba en las reuniones del partido, por su poco apego a las normas de clandestinidad, era muy profundo en la autocrítica, muy fácil para autocriticarse, pero muy difícil de cambiar en cuanto a esas cosas. Fue esta –repito- una de sus características durante ese tiempo dentro de la clandestinidad; porque su espíritu, su estilo, era tan expansivo que se sentía aprisionado en normas y reglas que encogían y limitaban su personalidad.
Hay que tomar en cuenta su desbordante producción literaria en todos esos años. A saber cómo tendría tiempo para elaborar, también con la misma forma natural y fluida, tánta producción. Como poeta, en esos años, se destacaba por la cualidad de que hacía versos como quien respira el aire, con la forma natural de su propia vitalidad: hacía versos como quien platica, y fluía a torrentes en la mente, la vena literaria. En ese sentido, Roque no era un poeta forzado ni mucho menos, Roque era la poesía. No es que sintiera la poesía en su pecho, sino que él mismo era poesía. Tomaba el lápiz y el poema le salía como quien se toma un vaso de agua. Se sentaba un rato y ya estaba otro poema y así, su vida era entre poemas, sin que por eso su trabajo fuera menos dinámico, sin que por eso disminuyera su entusiasmo revolucionario. Por eso es tan natural la poesía de Roque, aunque en los primeros años en que yo lo conocí, su poesía era un poco difícil de entender para los obreros. Sin embargo, su estilo fluido, su sátira, su mordacidad, su belleza de expresión, su espontaneidad, prendían y cada vez prendieron más en las masas del pueblo.
Después dejé de ver a Roque varios años, hasta encontrarlo en Checoslovaquia, cuando estaba como representante del Partido Comunista en la revista Internacional. En Praga tuvimos largas conversaciones; fue en el año 1965 y se notaba que su pensamiento se iba ampliando, sus inquietudes iban creciendo en torno a una nueva problemática, se iban concentrando en lo que a él le parecía una limitación, y era que ya sentía las trabas en las líneas del partido comunista, ya que a esas alturas, comenzaba a confrontar experiencias, porque estaba en un medio en el cual le era muy fácil percibir los aires de todas las revoluciones de liberación nacional que se estaban dando en el orbe, de todos los fenómenos, de las debilidades de los movimientos, de la pasividad de muchos movimientos latinoamericanos, de las profundas debilidades en algunos países socialistas en cuanto a las deformaciones de los métodos de dirección, que daban como resultado deformaciones también en la construcción del socialismo y que daban como resultado fenómenos no deseables como los de la misma Checoslovaquia, o como los de Hungría. Podía percibir también la polémica internacional promovida por el extremismo izquierdista –el grupo de Mao Tse Tung-, las tempestades en Europa. Al ver a América Latina, se sentía insatisfecho de determinado tipo de línea no integral que impulsaban algunos partidos comunistas de Sudamérica y Centroamérica, porque daba la sensación de “vejez” de la línea, de cierto dogmatismo, de cierto entrabamiento, que ya comenzaba él a sentir que era necesario superar, romper, para poder dar a las masas cauces que hicieran posible generar su propia actitud creadora hacia su liberación, dirigidos por una vanguardia marxista-leninista que tuviera una orientación integral en cuanto a la combinación de los medios de lucha.
Al hablar con él, yo sentía su sufrimiento interno en ese sentido, aun cuando todavía no encontraba fórmulas exactas de expresarlo; pero él franco conmigo –hay que tomar en cuenta que yo ya tenía algunos años de ser secretario general del PCS- y entonces él, con toda franqueza me expresaba esa misma inquietud, que a mí también, desde hacía varios años, me hacía tener una lucha ideológica interna, por hacer que nuestra línea saliera de los moldes dogmáticos y se convirtiera en una línea creadora. Sin embargo, como guardando el respeto hacia las responsabilidades que me incumbían, me mostraba sus trabajos, sus esbozos políticos, pero con mucho respeto, pensando él que tal vez podría no ser de mi agrado su audacia, su visión en ese sentido.
Roque ya en esos años de 1965-1967 tenía casi la certeza de que era posible y necesario implementar medios de lucha armada, junto a los otros medios de lucha que tiene la clase obrera y el pueblo. Sin embargo, ciñéndose a cierta disciplina, continuaba ocultando, hasta cierto punto, la ebullición de sus ideas sobre la línea político-militar, hacia una concepción integral.
Eso fue evidente cuando en el año 69 conversamos en La Habana. Ya él prácticamente se había divorciado de la línea del partido, para romper con un esquema que él consideraba unilateral de lucha, y se estaba preparando mental y físicamente para jornadas de lucha revolucionaria más integrales en nuestro país. Ya entonces sí había dado un salto en su práctica y en su pensamiento. Bullían sus ideas por los caminos –a veces- de la fantasía revolucionaria de Debray, pero al mismo tiempo trataba de ser crítico de algunas ideas que le parecían demasiado exageradas, desviadas –podríamos decir- de Debray, sobre el foco guerrillero.
Esa escuela de experiencias revolucionarias, no bien digeridas pero expuestas con brillantez por Debray y por muchos otros, sentí que le atraía enormemente. Encontré un Roque no ya tan pensativo, tan angustiado en la búsqueda de caminos, como lo había visto en Checoslovaquia, donde su eterna sonrisa casi se había opacado frente a esos problemas. Se podía decir –si eso fuera posible- que lo veía rejuvenecido. Nuevamente había encontrado el camino, ahora sí él creía que la lucha armada era la forma que, combinada con las demás formas de lucha, iba a impulsar la revolución en nuestro país.
En esa época cuando él conversaba conmigo sobre esto, estaba conversando también con otra persona: yo ya estaba convencido, y en el trajín de la lucha armada había ido encontrando mayor afinación teórica que antes, en cuanto a la combinación de los medios de lucha. Había pasado ya meses de intensos fuegos de la lucha de masas, de las huelgas obreras, de la huelga de hambre de 1967, de las huelgas de ANDES, de la autodefensa de las masas por defender sus huelgas y sus manifestaciones. Entonces yo estaba claro también para muchos salvadoreños que no había más salida para nuestro pueblo que la combinación justa de los medios de lucha, tomando la lucha armada como la fundamental para hacer avanzar el proceso revolucionario de la guerra popular prolongada hasta las etapas superiores de la guerra popular.
Roque a esas alturas era también un convencido de eso, y hablábamos en un lenguaje parecido, aunque no el mismo, ya que también a esas alturas en mi caso, estaba claro que las tesis de Debray, que habían comenzado a sufrir reveses serios en distintas partes de Latinoamérica, eran una no correcta exposición de las experiencias de la revolución en Latinoamérica.
Después de esas últimas entrevistas con el compañero, comprendía que Roque estaba ya plenamente hermanado con la necesidad de la lucha armada revolucionaria de nuestro país, e incluso estaba dispuesto a iniciarla –en caso de que no se llevara a cabo en el país- dando su esfuerzo y su sangre para la revolución en Guatemala.
Después de eso, quedaba claro para mí la imagen de un Roque nuevo: un Roque superado en cuanto a sus puntos de vista, en el sentido en que, a través de varios años de búsqueda, había logrado encontrar, por fin, las proporciones y el camino justo de la liberación de nuestros pueblos.
Tuve, en los primeros años de la formación de las FPL, aproximadamente en el año 1972, la noticia de que él deseaba regresar a El Salvador clandestinamente para ingresar al movimiento revolucionario político-militar. Sin embargo, no fue por el lado de nuestra organización por donde se canalizaron más ágilmente esas inquietudes.
A principios de 1975 tuve el conocimiento y la oportunidad de volver  a darle un fraternal abrazo, en una reunión bilateral que tuvimos los dirigentes de las FPL con los dirigentes del ERP. Nos presentaron a Roque para que expusiera la parte política del informe que el ERP nos exponía en ese intercambio. Roque era, podríamos decir, como un cuadro de apoyo de la dirección del ERP para los aspectos políticos.
Recuerdo que, con muy poca prudencia de su parte, cuando me vio, en su gran sorpresa, cuando se lanzó a mis brazos en un abrazo fraternal, me dijo frente a los compañeros de su dirección: “¡Qué lástima, compañero, que no pude encontrar los canales ágiles para estar con usted, porque yo quería estar a la par suya, en las FPL!” Así era Roque. Yo consideraba aquello como poco reflexivo, porque, desde luego, lo estaban presentando como miembro de otra organización. Sin embargo, él era tan franco, tan expansivo, que no pudo dejar de exhalar esa frase.
Pocos meses después, cuando se precipitaron los acontecimientos dentro de esa organización, el compañero Roque murió en condiciones que todo el mundo ha sentido profundamente.
Para mí, el recuerdo del compañero Roque ha quedado como el de un revolucionario que nació a la vida revolucionaria en sus tiernos años, dentro de sus inquietudes de un intelectual que se iba forjando junto a su pueblo, de un hijo de su pueblo, cristalino, natural, que dio mucho a su pueblo y a las letras y que estaba en el camino de la lucha, sinceramente entregado a hacer avanzar la lucha revolucionaria político militar donde él consideraba que era conveniente.
Lo recuerdo, digo, como ese revolucionario que se va forjando hasta convertirse en un revolucionario maduro. Su recuerdo, su trabajo, su optimismo, sus gestos, su espíritu fraternal, son algo que no se pueden borrar en toda la vida.
30 de diciembre de 1982.




Otra luz que ilumina



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Benjamín Cuéllar (*)
Para quienes vivieron intensamente la segunda mitad de la década de 1980 militando en las filas del Bloque Popular Revolucionario, hay fechas muy especiales dentro de un entorno donde los días y las noches no les daban chance ni al descanso ni a la seguridad. El 8 de mayo de 1979 es una de esas que mucha gente mantiene presente y vigente cuando se planta en la Plaza Gerardo Barrios –“Cívica”, le dicen ahora− y dirige su mirada a las gradas de la Catedral Metropolitana. Ahí, hace treinta y cinco años, entre tantos cuerpos abatidos por las balas de la Policía Nacional quedó el de Norma Sofía Valencia. Esta joven, avispada miliciana e integrante del Movimiento de Estudiantes Revolucionarios de Secundaria, el combativo MERS, defendió con su menudo físico y su enorme humanidad al grupo de personas que exigía la libertad de Facundo Guardado, Ricardo Mena, Numas Escobar, Marciano “Chanito” Meléndez y Óscar López, todos integrantes de las Fuerzas Populares de Liberación y dirigentes del movimiento social organizado.
¡Tiempos aquellos de terror y esperanza! De un terror cotidiano que a partir de ese 8 de mayo se intensificó con una mayor represión gubernamental y el incremento de las acciones guerrilleras, dando pie a una de las coyunturas más oscuras y sangrientas de la época que –día tras día– alcanzó a superar las dos semanas. Aunque nunca paró y luego volvió con más fuerza hasta llegar a la guerra, la violencia tendió a bajar un poco después de la masacre ocurrida el 22 de mayo de 1979 frente a la sede diplomática venezolana y de la ejecución del entonces ministro de Educación y su motorista –Carlos Antonio Herrera Rebollo y Fabio Rivas, respectivamente– durante las primeras horas del siguiente día.
Pero, pese a todo, eran además tiempos de una esperanza que surgía de la lucha popular organizada y en capacidad de lograr, al menos, la entrega con vida de Facundo y Ricardo. También de una esperanza sustentada en la palabra profética de monseñor Romero que en sus homilías dominicales –como la del 27 de mayo– exhortaba a romper con lo que esclavizaba “a cualquier clase de servidumbre”; a mirar, “por encima de todo”, la figura de Cristo y su “misión en pro de la libertad y de la dignidad de los hombres en esta tierra”.
Junto a ese verbo iluminador siempre estuvo a su lado, acogedora, otra farola que derramaba solidaridad y consuelo entre los sectores más excluidos por una sociedad donde la debacle se acercaba cada vez más. Su nombre: María de la Luz Cueva Santana, más querida y conocida como la madre Luz. Tras cuarenta años de vivir en El Salvador, esta religiosa tapatía que se incorporó a la congregación de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa a inicios de la década de 1950, falleció este miércoles 7 de mayo en el lugar donde comenzó su labor callada e imperecedera para bien del país: el Hospital La Divina Providencia, donde vivió modestamente don Óscar Arnulfo y donde se perpetró su martirio. A la madre Luz le tocó estar a su lado en esa situación llena de tinieblas y, al momento de fallecer, era la última testigo con vida del magnicidio.
Meses después de aquel mayo sangriento de 1979, arribaron a estas tierras los primeros delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja. Y llegaron para quedarse como institución que, por cierto, cada 8 de mayo conmemora su día mundial. De esa entrevista –señal clara de que las cosas iban de mal en peor– dejó constancia monseñor Romero en su Diario, a tres días de consumarse el último golpe de Estado en lo que va de la historia nacional. El viernes 12 de octubre de 1979, las palabras del pastor registraron dicho hecho: “Visita de los representantes de la Cruz Roja Internacional, venidos de Suiza por llamamiento del Gobierno para que den su testimonio acerca del atropello a los derechos humanos”.
“Ellos dicen –continuó grabando Romero– que no son para esto, sino para socorros de carácter humanitario y que ellos no podrán dar un testimonio como el que anunció el presidente. Pedían a la Iglesia su parecer y les informamos a fondo, por medio del padre Moreno y de Beto Cuéllar, que tienen a su cargo los ficheros del Socorro Jurídico y las denuncias que llegan al Arzobispado”. En medio de esa dinámica, que era la predominante en el entorno de monseñor, la madre Luz jugó un importante papel al lado de su inquilino de lujo.
Cuenta el mencionado Beto –Roberto Cuéllar, cofundador del Socorro Jurídico Cristiano a mediados de 1975– que medio en broma y medio en serio, San Romero de América les decía en esos tiempos difíciles a Rafa Moreno y a él: “Ella tiene ‘cuello’con Nuestro Señor, allá en la eternidad. Vean cuántos enfermitos van al cielo y nos ayudan por intersección de la madre Lucita”. Esas palabras confirman lo que Beto siempre pensó: que la madre Luz fue Santa en vida.
Tamaño “cuello” tenía con el Crucificado y lo consiguió a pulso, no solo con “el hospitalito”; ahí se concretó, poco a poco y con mucho sacrificio, un esfuerzo titánico en favor del derecho a la salud de las personas terminales más pobres. Pero además, en palabras de Beto, la madre Luz deja “su extraordinaria obra para las niñas y los niños que quieren hacer valer su derechoa la educación, después de la muerte de sumadre o su padre por el cáncer extendido entre los sectores excluidos. Igual noslegasu admirable obra de oración en Candelaria, Cuscatlán, para acoger también la reflexión espiritual de los más pobres. Todas esas obras, en medio de tantas dificultades para conseguir apoyos, me confirmansu santidad en vida”.
“Estoy seguro –continúa Beto– que la madre Luz Isabel nos guiará por rutas como las del agua y el aire, agua bendita y brisa espiritual,que tanto necesitamos y tanto las perdemos; rutas que anhela el pueblo salvadoreño, a quien la madre Luz Isabel se entregó toda su vida.Tengo la esperanza de que juntosreconstruyamos siempre lamagnífica obra de Santa Luz Isabel Cueva Santana, que en paz descansaa sus noventa y un años”.
Ha muerto, pues, una mujer generosa; pero ha nacido una santa gloriosa. Lo que vivió y aprendió Beto Cuéllar desde su cercanía con la madre Luz, debe ser escrito y conocido; sobre todo, porque entre ambos estuvo otro Santo que inspiró y debería seguir inspirando el trabajo serio y comprometido con la defensa y la vigencia de los derechos humanos, en el país al cual se entregaron ese par de luceros que ahora –juntos– alumbran a quienes neciamente y sin acomodos siguen remando contra corriente para hacer realidad esa utopía.
Por eso, hay que recordar y compartir el legado de esta Santa. Si no se puede para que sean más quienes en esta sociedad sin alma sigan su ejemplo, en aras de lograr que su bondad sea la regla y no la excepción, al menos para que quede constancia de que este país alguna vez fue iluminado por figuras de ese talante atesorado sin necesidad de votos ni cargos. Mi más sentido pésame va para quienes encontraron en ella algo del consuelo y la serenidad que irradiaba.
Pero también va mi más grande felicitación a quienes tuvieron el privilegio, quizás algo exclusivo, de haber convivido con la Santa Luz de las cuevas donde hoy se guardan las causas que antes hicieron de El Salvador –dentro y fuera del mismo– un yacimiento de esperanza. Para sacar de nuevo a flote esa esperanza, hoy que la oscuridad de la exclusión generadora de muerte lenta y la inseguridad productora de muerte violenta se extiende en tantos ámbitos, nunca deberán apagarse luces como la de esta Santa.
(*) Columnista de ContraPunto

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